lunes, 31 de julio de 2017

CON UN LIBRO DE MAX RIBSTEIN (y 2)

CON UN LIBRO DE MAX RIBSTEIN (y 2)


Me hizo muchísima ilusión encontrarme con varias fichas de lectura que anoté hace ya muchos años, más de los que quisiera que hubiesen pasado. Ya comenté que son de aquel lejano tiempo en que fui estudiante universitario y muchas de ellas no se refieren a Chesterton, pero sí unas cuantas. Prometo no abusar de ellas en demasía al redactar las próximas entradas de este blog, pero las del libro de Ribstein me parecieron interesantes y por eso quiero compartirlas con todos vosotros. Entresaco nuevas aportaciones del libro de Max Ribstein (os recuerdo que se llama G. K. Chesterton: création romanesque et imagination, París, 1981), de entre las cuales destaca esta cita:

"...Su obra, reveladora por su estilo, su diversidad y su poder de evocación visionaria, muestra una dimensión fantástica (...). Esta riqueza de su imaginación es central y se traduce en un cierto arte de la composición, una variedad bastante desconocida y un estilo a menudo poderoso y fabulador, que a veces abusa de ciertos procedimientos mecánicos, pero que a nadie le puede dejar indiferente". Es verdad que la recurrencia a la paradoja en Chesterton puede en alguna ocasión resultar automática, pero muchas de ellas son realmente ingeniosas e iluminadoras y están en la raíz misma del pensamiento chestertoniano.

En otra parte de su estudio, Ribstein afirma: "Este hombre-montaña no podía más que ser un géiser de ideas y no podía evitar engendrar un verdadero torrente de escritos". Es bien sabido lo facundo, fecundo y prolífico que fue Chesterton, y muchos críticos le han acusado de serlo demasiado, argumentando, como suele decirse vulgarmente, que 'de lo baratucho, mucho'.
Lo anteriormente dicho invalidaría también las obras de autores como el célebre dramaturgo español Lope de Vega o el novelista francés Honoré de Balzac, que no fueron menos grafómanos y prolíficos que Chesterton, sino más, y no por ello se les puede negar su genio. Pero con este católico ciclópeo sí, claro que todo el mundo puede reprocharle su grafomanía impunemente...

Por otra parte, sostiene el señor Ribstein que "la fuerte personalidad del hombre parece haber eclipsado, o al menos relegado a un segundo plano, su obra escrita". No puedo estar de acuerdo con esta afirmación. Lejos de oscurecer su obra con su personalidad, creo que es al revés: supo darle relieve y es muy cierto que él mismo fue el primero en reírse de su gordura y de su tamaño colosal, pero eso no ocultó el colosal tamaño de las verdades que defendió toda su vida.

El autor del estudio concluye que Chesterton "nos dejó una obra novelística un poco barroca, sólo en la superficie tal vez, pero profundamente significativa, cargada de símbolos susceptibles de recibir una interpretación coherente". Y afirma que "es uno de esos autores tan ricos como para producir al menos una nueva interpretación de su obra para cada nueva generación". Si antes discrepaba de este estudioso, ahora no puedo estar más de acuerdo con él.

Ciertamente, Chesterton es de esos autores cuya obra permite ser interpretada de forma nueva por cada nueva generación de lectores. Sus libros están aguardando a que tú, querido lector, a que vosotros, queridos lectores, les deis vuestra propia interpretación.

Gracias por vuestra amable lectura. Os envío un cariñoso saludo para todos vosotros, queridos amigos.

jueves, 20 de julio de 2017

CON UN LIBRO DE MAX RIBSTEIN (1)

CON UN LIBRO DE MAX RIBSTEIN (1)



"En tiempo de tribulación, no hacer mudanza", dice la sabiduría popular, pero ocurre que hace unos años mi esposa y yo cambiamos de vivienda y hubo que mudarse, y ya se sabe lo que tienen las mudanzas, que los papeles se traspapelan y aparecen un buen día, como los hongos y las setas, sin saber dónde estaban o cuánto llevaban ahí, mientras nos miran con unas carcajadas que llegan hasta el cielo. 

Así me ha pasado, que al rebuscar unos papeles de mi trabajo, me he topado con unas fichas bibliográficas que tomé de algunos libros en mi época de estudiante universitario, y para mi sorpresa, me he encontrado algunas referidas a libros de Chesterton o sus obras. 


Es el caso, entre otros, del libro de Max Ribstein, titulado G. K. Chesterton: création romanesque et imagination (París, 1981), que podríamos traducir por "creación novelística e imaginación". A comentar y discutir su contenido pienso dedicarle, con el permiso y la comprensión de todos vosotros, ésta y la próxima entrada. Merece la pena, porque os aportaré algunos datos sobre nuestro querido escritor que, sin duda, desconocíais. Yo mismo los había olvidado en el trajín de una mudanza y en lo hondo de una carpeta mohosa. 

El libro está escrito en francés, pero no os preocupéis, no seré tan pedante como para ofreceros las citas en la lengua de Molière. Traduciré las citas interesantes e iré comentando lo que haya menester. Pero sí deseo aclarar, como no puede ser de otra manera, que las palabras que van entrecomilladas pertenecen al libro de Ribstein y son traducción directa de su obra, así que espero no tener problemas con la editorial francesa...

Casi al principio del libro se lee: "Él (G.K.C) había publicado su primer poema en el
diario Speaker, el 17 de diciembre de 1892, a la edad de 18 años". Ya veis que fue precoz en esto de la escritura y, junto a su amor por la pintura (de joven deseaba convertirse en pintor, y para ello estudió en la Slade School of Arts), llenaron aquel tiempo juvenil, entre la sombra del ateísmo, el materialismo, el espiritismo y el nihilismo que enturbiaba la atmósfera del Londres decadentista de finales del XIX.

"Se puede decir que sus auténticos inicios literarios datan de 1900, con la publicación de la obra teatral Greybeards at play (Barbagrís en libertad) y The Wild Knight (El caballero extravagante)". Es singular que ya desde 1903 se le dedicasen estudios, artículos y libros como literato, con tan sólo tres años de ejercicio de las armas de la literatura, si me permitís la metáfora. En 1958 el estudioso J. Sullivan contó 129 libros y artículos sobre Chesterton, 370 traducciones en 16 lenguas y un sinfín de menciones. Según este mismo investigador, Chesterton llegó a escribir y publicar nada más y nada menos que 111 libros.Ribstein sostiene que "desde muchos puntos de vista, Chesterton se oponía a casi todo el mundo, salvo a su fiel Hilaire Belloc, e incluso con él tuvo alguna polémica". 

¿Qué dicen los críticos e investigadores sobre Chesterton? He aquí una pequeña muestra de esas críticas, no de Ribstein, pero sí recogidas por él en su libro: "René Lalou concluye en su libro -La literatura inglesa, París, 1964- que eclipasado por su virtuosismo, lo dejó degenerar en automatismo y despilfarró en el periodismo cotidiano su talento de panfletario de lo Eterno". Y el crítico inglés Walter Allen, al hablar de aquel periodo de la literatura inglesa, le dedica tan sólo unas escuetas palabras: "We have... Chesterton writing his extravanganzas". Una tarjeta postal de la National Portrait Gallery señala que fue célebre "por su corpulencia y la brillantez de sus paradojas". Todo no podían ser críticas adversas: F. Swinnerton señala que "la personalidad de Chesterton era rica y variada, y por eso mismo, seductora".

Una última anécdota antes de terminar, por el momento (en la próxima entrada completaré algunas de las citas que entresaqué del libro, de ahí la mezcolanza). Se cuenta en las páginas de este libro que en Tulsa, Oklahoma, había un apasionado coleccionista de objetos de Chesterton. Así, en la John Carroll University de Cleveland, Ohio, está la "Colección Chesterton de Robert John Bayer". Realmente su personalidad y escritos son seductores, tanto como para que alguien se decidiera a coleccionarlos, hecho que a él le habría divertido bastante. Y es cierto que siempre fue más popular en EEUU que en su Inglaterra natal. Nadie es profeta en su tierra.

Parece que, como afirmaba Maisie Ward, una de las más íntimas colaboradoras de él y de su hermano Cecil, "of the books and essays about Chesterton there is no end" (en la biografía que escribió sobre los hermanos Chesterton, 1944). Un escritor cuyos libros y ensayos parecen no tener fin y del que podríamos estar hablando, en efecto, hasta el infinito.

Un saludo muy afectuoso, queridos amigos, y hasta la próxima entrega.

miércoles, 12 de julio de 2017

GILBERT K. CHESTERTON: EL CANDOR DEL PADRE BROWN (2)

Continuamos nuestro leve viaje al mundo del Padre Brown, en concreto a su primera (y posiblemente más brillante) remesa de aventuras. En esta ocasión, nos centraremos en las seis primeras historias que componen El candor del Padre Brown y dejaremos para una tercera entrada las seis restantes, así como para una cuarta y final nuestra valoración crítica sobre el libro y el personaje creado por Chesterton

Este libro se compone de doce historias, a cual más aguda, ingeniosa, humorística y sutil. No hace falta que diga que a mí me encantan las doce, aunque sienta especial preferencia por tres o cuatro de ellas. Dejaré para una próxima entrada el apunte razonado acerca de los relatos que más me gustan y vamos, pues, con la breve reseña de las seis iniciales. 


La primera de todas, que abre el libro y fue el primer relato que Gilbert K. Chesterton escribió con el Padre Brown como protagonista, se llama "La cruz azul" (The Blue Cross) y en ella aparece también por vez primera el personaje de Flambeau, el gigantesco francés, ladrón de guante blanco, el cual caerá en las redes del Padre Brown y, con el correr del tiempo, dejará de ser ladrón para convertirse en detective privado y fiel compañero de aventuras del curita inglés. En esta primera y entrañable historia, la narración se centra al principio en el superpolicía Aristide Valentin, que llega a Inglaterra, donde se celebra un Congreso Eucarístico, para proceder a la captura de Flambeau, el sensacional ladrón que ha atemorizado y asombrado a media Europa con sus hazañas. 

La descripción de la persecución a la que Valentin somete a dos sacerdotes, uno de ellos sospechoso de ser Flambeau, un maestro del disfraz, está trufada de ingenio, humorismo y encanto. Pero no es Valentin quien desenmascara al coloso Flambeau, sino el pequeño y en apariencia anodino curita que le acompaña: el Padre Brown, quien custodia un valioso objeto sacro -la cruz azul-, que Flambeau, amante del arte, codicia. 

El Padre Brown logra engañar al experimentado criminal con su astucia y su hondo conocimiento del mal y del alma humana. Ante el asombro de Flambeau, el sacerdote conoce las más horrendas formas del crimen y, tras poner a buen recaudo la preciada reliquia, a salvo de las garras de Flambeau ("siempre hay que salvar la cruz", dirá el curita en el relato), confiesa cómo ha sido capaz de descubrir al impostor: "Atacó usted a la razón; y eso es de mala teología". Chesterton demuestra estar influido por el neotomismo que entonces estaba de moda en algunas universidades inglesas.

El final del cuento representa, como ya señalé, una suerte de alegoría en que el sacerdote es Cristo entre los dos ladrones: el buen ladrón (Flambeau) y el mal ladrón (Valentin). Para entenderla, el lector deberá acudir al propio relato y al siguiente, en que se explica por qué Valentin representa al mal ladrón. Un relato delicioso, lleno de suave humorismo y belleza literaria.

La siguiente aventura se llama "El jardín secreto" (The Secret Garden) y en ella encontramos el primer cadáver al que tendrá que enfrentarse el Padre Brown. Reaparece aquí el personaje del detective oficial, Valentin, quien ha invitado a su casa de París a varias personalidades, entre ellas al millonario estadounidense Julius K. Brayne. No sabemos bien cómo pero el Padre Brown se halla en París, también entre los invitados a la casa de Valentin. 

El hecho de que el curita de Essex aparezca en los lugares más insospechados, allá donde se comete un crimen, aunque a veces en relación con su ministerio sacerdotal, ya llamó en su día la atención de la famosa escritora Agatha Christie, quien no dejó de admirar al personaje chestertoniano. En realidad, que en el lugar de un crimen aparezca como por arte de magia un detective aficionado es casi una convención del género. 

Sea como fuere, en este relato el Padre Brown debe enfrentarse a la misteriosa muerte del sr. Brayne, el cual aparece decapitado en el jardín de la casa de Valentin. Los lectores que no hayan leído estas historias me permitirán que silencie la resolución del enigma, tan sorprendente como ingeniosa, y el inesperado final del cuento. Por último, cabría decir que el hecho de que el asesinado fuera un plutócrata es una constante en Chesterton, quien no disimulaba su aversión hacia los millonarios.

La tercera narración, "Las pisadas misteriosas" (The Queer Feet), transcurre en el Vernon Hotel, donde el selecto club de Los Doce Pescadores Legítimos se congrega para celebrar una de sus reuniones anuales. El relato explica el hecho extraño y singularísimo de que los miembros del club acudan vestidos con un traje verde, en lugar del chaqué negro habitual. 

El Padre Brown se encuentra allí para redactar una carta y, mientras lo hace, metido en un cuarto y casi oculto para que la presencia de un sacerdote papista no llame la atención, escucha unas pisadas anómalas que le llevarán a resolver el misterio de la desaparición de una valiosa cubertería, posesión del club de Pescadores. 

La trama es tan sencilla como encantadora. Y es que, según Chesterton, una de las claves de un buen relato policial, es que parta de un hecho tan sencillo que, por su pura sencillez, cree la confusión y el misterio, pasando inadvertido a todos. A todos, menos al curita detective. El lector no dejará de sorprenderse ante esta ingeniosa historia, la cual esconde también una crítica sobre los convencionalismos sociales y la idea de que a veces es fácil confundir a todo un caballero con un criado, y viceversa.

Esta narración encierra una de las citas más hermosas de Chesterton, que en su día usara el autor inglés Evelyn Waugh, muy influido por Chesterton y que se convirtió al catolicismo en 1930. Parte de la cita figura en su novela Retorno a Brideshead (1945). Consiste en que, refiriéndose a Flambeau, dice el Padre Brown: "Yo lo he pescado con anzuelo invisible y con hilo que nadie ve, y que es lo bastante largo para permitirle errar por los términos del mundo, sin que por eso se liberte". El Padre Brown es, pues, también un 'pescador de hombres'.

La cuarta historia, titulada "Las estrellas errantes" (The Flying Stars), es una de las más bellas y supone la definitiva conversión de Flambeau, de su estado de ladrón y criminal hacia el lado del bien, al que el Padre Brown le reclama. Una de las grandes diferencias del Padre Brown respecto a otros detectives de ficción estriba precisamente en el hecho de que él no se limita a atrapar a un culpable: él busca la salvación de su alma, su conversión al bien, como hace con su amigo Hércule Flambeau. 

Esta narración ("El más hermoso crimen que he conocido", nos dice el propio Flambeau, al inicio del relato) tiene lugar en Nochebuena, momento propicio para esa conversión de la que hablaba antes. "Mi último crimen", comenta un melancólico Flambeau, narrador inicial de esta historia, "fue un crimen de Navidad [...]; un crimen género Charles Dickens". En efecto, en una casa del barrio de Putney, perteneciente al periodista señor Crook, se reúnen amigos y familiares para festejar la Nochebuena. Todo parece ir bien hasta que, sin saber de qué modo, desaparecen los diamantes africanos "Las estrellas errantes", propiedad del magnate Sir Leopold Fischer. Será el Padre Brown quien los recupere, y hará algo más importante: recuperar el alma de Flambeau. Dejo en la oscuridad la forma en que el curita descubre el delito y logra disuadir al criminal de su mala acción.

El relato, lleno de divertidísimos y cómicos momentos, como los de la parodia de la Commedia dell'Arte, contiene una ingeniosa confusión, demuestra la audacia de Flambeau y el poder de persuasión del Padre Brown, al lograr convencerle de que devuelva los diamantes robados y abandone su vida delictiva, antes de que se abisme más y más en el mal. Al final de la narración, las 'estrellas errantes' son estrellas voladoras, tal como figura en el título original.

El quinto relato, "El hombre invisible" (The Invisible Man), de nuevo pone de relieve la agudeza de Chesterton para crear una historia policial que parta de un hecho sencillo hasta el extremo, pero que pasa fácilmente inadvertido para todos. Existen en la sociedad hombres y mujeres 'invisibles': están ahí, pero no los vemos. Esa es la base de esta encantadora y terrible historia.

Es la historia de Laura, del robusto y bizco Welkin y de John Angus, buen amigo de Flambeau, y del pequeño señor Smythe, el cual es asesinado y nadie se explica cómo ha podido entrar y salir de su casa el asesino, máxime teniendo en cuenta que un portero y varias personas estaban en la entrada de la casa. El hecho es que el diminuto sr. Smythe aparece asesinado y serán el Padre Brown y Flambeau (ahora ya flamante detective) a quienes les tocará resolver el enigma.


Esta aventura es destacable por la atmósfera creada por el autor, su poder de descripción y la pintura de personajes entrañables, como Angus y Laura. Se percibe bien cómo el autor inglés era un maestro en la creación de esos ambientes y hasta qué punto se hallaba influido por su amor al arte. De hecho, la idea de que el crimen puede ser considerado como un arte, según Thomas de Quincey, está presente en varias narraciones del libro.


El sexto cuento lleva por título "La honradez de Israel Gow" (The Honour of Israel Gow)  y es una de las mejores historias del libro. Conjuga un ambiente de misterio y casi de novela de terror con la historia de un hombre extremadamente honrado. En este relato, el Padre Brown, su amigo Flambeau y el inspector Craven, de Scotland Yard, deben desvelar qué ha ocurrido con el conde de Glengyle, desaparecido sin dejar ni rastro.


El relato alcanza su punto álgido cuando en el cementerio anejo al castillo de Glengyle desentierran el supuesto ataúd del conde y descubren un cuerpo sin cabeza. En ese puzzle sin sentido las sospechas recaen sobre Israel Gow, el anciano criado escocés del conde, quien tal vez le haya asesinado para quedarse con sus riquezas. El Padre Brown, tras una noche entre el miedo y la confusión, descubrirá que Gow es, contra las sospechas de sus amigos, un hombre tan excesivamente honrado que solo tomó lo justo, aquello que le fue prometido por su señor. El cura llega a la conclusión de que Gow es un avaro, sí, pero un avaro justo y honrado.


Como en los relatos anteriores, la atmósfera de misterio está notablemente lograda, si bien en esta narración se añaden elementos no muy lejanos de la novela gótica, como el castillo medieval o el frío cementerio. Es esta una de las mejores historias del Padre Brown y, al igual que en las anteriores, el hecho de partida para el misterio se funda en una idea tan sencilla como brillante.  

Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares seleccionaron este relato para su segunda colección de Los mejores cuentos policiales, publicada por Emecé, lo cual dice todo acerca de su calidad y sus virtudes como cuento clásico del género. Estoy convencido de que esta y las otras historias de El candor del Padre Brown harán las delicias de los amantes del género policial e incluso a quienes no les guste disfrutarán con ellas por su altísima calidad literaria y su hondura moral.



lunes, 10 de julio de 2017

GILBERT K. CHESTERTON: EL CANDOR DEL PADRE BROWN (1)

En pleno verano, escribo algunas humildes pero admirativas entradas a tratar sobre Chesterton y su Padre Brown, que también van dedicadas al amigo Alejandro, de Venezuela, que no hace mucho ha descubierto a este maravilloso autor y su personaje y cuya amistad, a través de su excelente blog, me honra y la agradezco en grado sumo. Así pues, estas entradas sobre el P. Brown han sido escritas especialmente para ti, Alejandro. Espero que te gusten. 

En realidad, el personaje del Padre Brown no nació en 1911, sino en 1910, cuando Chesterton escribió el primer cuento, "La cruz azul" ("The Blue Cross"), que tampoco se llamó así en un principio. Sea como fuere, Chesterton reunió las doce primeras aventuras con el Padre Brown como protagonista y se publicaron como libro, con el título de El candor del Padre Brown (The Innocence of Father Brown) en 1911, de ahí que sea esta fecha la que consideremos para celebrar el centenario de este famoso detective de ficción. 

Y, para ser más exactos, aún podríamos afirmar que el personaje del curita aparentemente distraído y astroso no nació en 1910, sino un poco antes, puesto que, según confesión del propio autor, estaba basado en una persona de carne y hueso: el Padre John O'Connor, sacerdote católico irlandés. 

Antes de tratar sobre el personaje y sus maravillosas aventuras, consagraremos esta primera entrada a su creación, a la forma en que nació, para lo cual se hace imprescindible que relatemos de qué modo trabaron amistad Chesterton y el Padre O'Connor. 

En la excelente biografía de Chesterton escrita por Joseph Pearce (G. K. Chesterton. Sabiduría e inocencia, Encuentro Ediciones, 1998) encontramos algunas referencias interesantes sobre ambos personajes y su amistad. En febrero de 1903, O'Connor había escrito a Chesterton para expresarle su admiración: "Soy un sacerdote católico y, aunque creo que no es usted muy ortodoxo en algunos detalles, en primer lugar quiero darle las gracias de todo corazón, o quizá debería dárselas a Dios por haberle concedido esa clase de espiritualidad que a mi juicio hace que la literatura sea inmortal" (Obra citada, p. 123). 


Finalmente, fue en el año de 1904 cuando Chesterton y
O'Connor pudieron conocerse en persona. 

El propio Chesterton nos relata ese encuentro en su Autobiografía (1936): "Había ido a dar una conferencia a Keighley, en los 'moors' de West Riding, y había pernoctado allí con uno de los ciudadanos destacados de aquella pequeña ciudad industrial, el cual había reunido un grupo de amigos [...], entre ellos el cura de la Iglesia Católica, un hombre pequeño con cara agradable y expresión de gnomo. Me llamó la atención el tacto y la gracia que demostraba [...]".

Tiempo más tarde, Chesterton descubrió que aquel buen sacerdote, aparentemente cándido, inocentón e ignaro, en realidad sabía mucho más de las maldades humanas que los más pérfidos hombres de aquella hipócrita sociedad. En comparación con él, dos malhechores eran como dos bebés, en cuanto a su conocimiento del mal. 

Así fue como nació el Padre Brown, como Chesterton comenta, de nuevo en las páginas de su Autobiografía: "Y surgió en mi mente la vaga idea de dedicar a un fin artístico estos cómicos despropósitos que eran, al propio tiempo, trágicos, y construir una comedia en la que un sacerdote aparentaría no saber nada, conociendo, en el fondo, el crimen mejor que los criminales. Puse esta idea esencial en un cuento ligero e improbable, llamado "La cruz azul", continuándolo a través de las series interminables de cuentos con que he afligido al mundo. En resumen, me permitía la seria libertad de tomar a mi amigo y darle unos cuantos golpes, deformando su sombrero y su paraguas, desordenando su ropa, modelando su rostro inteligente en una expresión llena de fatuidad y, en general, disfrazando al Padre O'Connor de Padre Brown" (Obra citada, p. 125). 

No obstante, Chesterton siempre aclaró que el Padre Brown solo se parecía al Padre O'Connor en su inteligencia, en su ingenio, intuición y conocimiento del alma humana, con todo lo bueno y lo malo que tiene esta, pero en nada se parecía al pobre curita en su carácter simplón o en su vestuario desharrapado y descuidado. Con estas premisas, el carácter y la personalidad del "curita de Norfolk" ya estaban forjados. Solamente había que situarlo en la escena de cada crimen, de cada pecado o debilidad humana y él, aunque en apariencia ausente y distraído, sabría penetrar en cada uno de esos enigmas humanos mucho mejor que los policías y detectives oficiales.

En la encantadora e ingeniosa historia de "La cruz azul" aparece también el personaje de Hércule Flambeau, el gigantesco ladrón, luego detective y fiel compañero de aventuras de Brown, que es sorprendido por la astucia y la sagacidad del cura católico. También aquí hace su aparición el superdetective oficial, Valentine, igualmente francés, como Flambeau. Los tres personajes pudieran ser vistos (y, de hecho, así lo han advertido algunos críticos) como una alegoría. 

Al final del cuento, los dos personajes franceses, el que vive ajeno a la Ley (Flambeau) y el que aparentemente la representa (el inspector Valentine) se quitan el sombrero ante la genialidad del Padre Brown, el cual hace como que busca su paraguas, resultando una suerte de alegoría amable de la Crucifixión: Cristo (el sacerdote), sacrificado y humilde entre los dos ladrones, el buen ladrón (Flambeau) y el mal ladrón (Valentine). Pero no debo daros más detalles acerca de esta y las subsiguientes historias que forman el libro de El candor del Padre Brown. Lo dejaremos para la siguiente entrada, si os parece bien.